domingo, 12 de julio de 2020

AMOR Y ENAMORAMIENTO: LA FELICIDAD DESDE EL NOVIAZGO


"Dice un autor de la Edad Media que el amor es el regalo esencial y que todo lo demás que se nos da sin merecerlo, se convierte en regalo en virtud del amor.

Amar a alguien es querer su bien. Ya lo dijo Aristóteles. Enamorarse es otra cosa. Decía Ortega y Gasset que el enamoramiento es un impacto emocional que se produce al conocer a una persona y quedar prendado por ella. Pero el enamoramiento no es amor. Es condición necesaria pero no suficiente para el amor.

Cuando un joven quiere saber si ama a su novia tiene necesariamente que hacerse una pregunta: ¿Quiero lo mejor para ella aunque ese bien sea incómodo para mí?, ¿estoy dispuesto a pensar en su bien antes que en el mío? Si la respuesta es afirmativa, entonces sí la ama. Si duda, entonces en su supuesto amor hay una parte importante de egoísmo y de búsqueda de uno mismo. Así también, cuando queremos saber si alguien nos ama, sólo hay que preguntarse si, por encima de todo, esa persona quiere nuestro bien. Cuando en una pareja de novios, uno renuncia a lo que le apetece por el bien del otro, y eso se hace de forma recíproca, la otra persona se convierte en el sentido de nuestra vida. Y entonces, sólo entonces, aparece el compromiso. Uno se enamora, quiera o no quiera, porque el enamoramiento es involuntario. Pero uno sólo ama queriendo. Porque para el amor hace falta un ingrediente que es como una varita mágica que convierte en amor lo que el enamoramiento nos propone. Y esa varita mágica es la voluntad.

No podemos casarnos sólo porque nos hemos enamorado, ya que nos podemos enamorar de cualquiera que nos encontremos. Hemos de hacer, en cada caso un análisis racional sobre la persona objeto de nuestro enamoramiento. Lo más importante es conocerla y descubrir si tenemos afinidades esenciales, esto es, la misma forma de ver la vida en lo profundo. Si tenemos los mismos ideales. Y un carácter compatible.

En una época sentimental como la nuestra, estas ideas pueden sonar contrarias a la corriente dominante. Pero si lo pensamos bien, muchos de los fracasos matrimoniales tienen su origen en una falta de conocimiento del otro, por haber tenido un noviazgo y un matrimonio con un claro déficit de comunicación.

Conocer al otro se hace conversando, con tiempo, con calma, con horas por delante. No he encontrado una forma mejor y más bella para explicarlo que “El Principito” de Saint Exupery. En el capítulo de su encuentro con el zorro, él le propone que sean amigos, y el Principito le pregunta, -“¿Qué es ser amigos?”-,” Ser amigos es crear lazos”- contesta el zorro, y le explica: “El primer día, te sentarás lejos y me mirarás. Después te iras acercando poco a poco hasta que te puedas sentar a mi lado”. El zorro le sienta a su lado cuando se ha ganado su confianza, cuando son amigos. Así es como se inicia una relación sincera, que dura para siempre. Así se inicia también esa forma de amistad privilegiada, que es el matrimonio. Después, en el libro de Saint Exupery, el Principito habla del amor cuando habla de su rosa. Y dice que su rosa es única porque es aquella a la que ha regado, a la que ha cuidado, a la que ha tapado con un biombo y ha protegido de las orugas. Porque es su rosa. Y reconoce que el tiempo que ha “perdido” por su rosa, cuidándola, hace que ella sea tan importante, tan única, como es único nuestro marido, o nuestra mujer, cuando hemos decidido entregarles nuestra vida.

“El amor es confiar las paredes del propio corazón a otro morador”. Lo dice el personaje de Ana en El Taller del Orfebre, obra de teatro de Wojtyla, de gran profundidad.

Hoy tenemos una dificultad añadida para conseguir ese objetivo, que son las pantallas. No es raro entrar en un hogar y encontrar a cada miembro de la familia concentrado en una pantalla distinta. La comunicación requiere cerrar la pantalla, mirarnos a los ojos, y poner nuestra atención completa en el otro, que es lo más importante en ese momento.

Esa actitud y esos hábitos son esenciales desde el noviazgo, que es el momento en el que se empieza a construir el amor. Así, descubriremos si el otro es la persona apropiada para compartir con nosotros el camino de la vida, para formar una familia. Y podremos experimentar el gozo enorme que se produce cuando uno descubre que ya nunca más se sentirá solo, que siempre habrá a nuestro lado alguien que nos ama y que, a pesar de los momentos de dificultad, me ha dado su vida para siempre. Y yo, le he dado la mía".

Artículo de Micaela Menárguez Carreño
Directora del Máster Oficial de Bioética de la UCAM

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