Vivimos en una cultura utilitarista que se pregunta sobre la utilidad de todo lo que existe y si no se encuentra una respuesta, esas actividades, labores o dedicaciones se rechazan. Resulta llamativa la actitud de Santo Tomás, mencionada por Edith Stein, que ya comentamos en este post. A Tomás de Aquino le importaba la verdad porque esta se basta a sí misma y produce sus frutos; confía en el papel de la fe mientras que Husserl entiende la verdad como una contemplación de la esencia de las cosas. Estas actitudes resultan totalmente opuestas a las que se viven hoy en día, donde nadie desea detenerse a pensar por no enfrentarse a las preguntas más profundas que surgen en su interior y que el ser humano no es capaz de responder por sí mismo.
Para un creyente, la fe es la verdad. En el caso de la filosofía, si el filósofo es creyente, recurrirá a la fe cuando no encuentre una respuesta satisfactoria o se enfrente a los límites de la razón natural. La fe le ofrecerá respuestas; si la fe es un pilar importante en su vida, a la hora de hacer filosofía no puede rechazar este pilar puesto que es para él fundamento que conforma su vida, forma parte de su identidad. Esto le sucedió a Edith Stein: encontró respuestas en la fe católica y pasó a conformar su vida; a la hora de hacer filosofía, no podía sustraerse a su fe. Evidentemente, en aquello que encuentre cada uno el sentido de su vida constituirá la orientación que le conduzca en cualquier actividad.
Actualmente se critican mucho las posiciones cristianas o neoescolásticas, por recurrir a la fe para hacer filosofía; se identifica una corriente, en este caso la filosofía cristiana, con todo el pensamiento filosófico. El criterio debe ser la verdad de las cosas, no el hecho de que fueron expuestas por uno u otro filósofo, o siguiendo una corriente determinada.
Por último, se debe destacar el papel de la Revelación y su alcance para el estudio y el desarrollo de la actividad filosófica. La fe y la Revelación siempre ayudan a la filosofía, amplían el campo del saber para que pueda alcanzar metas más altas que solamente con la razón quedarían más reducidas. El debate surge cuando el filósofo no es creyente, cuando la fe y la Revelación no son consideradas como fuente de conocimiento y no aportan nada a un filósofo no creyente. En este caso, cabe mencionar de nuevo a Pieper quien defiende el respeto a la tradición, a la filosofía precedente, cuyas afirmaciones no se pueden dejar a un lado al filosofar.
Según San Juan Pablo II, la Revelación nos permite comprender y acoger el misterio de la propia vida; orienta al hombre, que desea conocer la verdad y así recibe la posibilidad de recuperar una relación con su vida y un sentido siguiendo el camino de la verdad. De cualquier forma, la Revelación no supone llegar a la meta sino que es una anticipación de lo que será nuestra visión de Dios reservada para los que creen en él o para los que lo buscan con un corazón sincero. Aquí se percibe cómo filosofía y teología buscan ese sentido último o fin último de la vida aunque lo hacen con medios y contenidos diferentes.
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