El hombre no se mueve por placer, poder o instinto sino por algo más profundo: el sentido, el "para qué". El sentido es único para cada persona, es decir, hay tantos sentidos como personas en el mundo.
El sentido no es algo abstracto sino que es concreto, es la respuesta a cada situación con la que nos enfrentamos. Por tanto, se encuentra en continuo cambio con nuevas situaciones. Por eso la vida se la puede considerar como un camino en el que vamos descubriendo la misión para la que hemos sido creados.
La vida nos interpela, nos pide una respuesta; este es el "para qué". Ante un sufrimiento, solemos preguntarnos "porqué" (porqué a mí, porqué yo, qué he hecho yo...) y esta es una pregunta inútil ya que no hallaremos respuesta; mientras que si nos preguntamos "para qué" (para qué a mí, para qué la vida me está planteando esta situación concreta...) empezaremos a vislumbrar un sentido a lo que nos ocurre. Con cada situación que vamos viviendo vamos respondiendo a ese "para qué". La vida nos ofrece acontecimientos para algo y asumiendo una actitud y una forma de obrar (con responsabilidad y libertad) es nuestra forma de responder.
Cada uno actuamos de una manera, cada respuesta es única, el sentido es único. No estamos obligados a responder de una única manera sino que cada uno de nosotros debe decidir cómo va a reaccionar ante una situación especialmente aquellas que nos son más desagradables y dolorosas pero que son inevitables, por ejemplo, ante un agravio que nos hagan responder con rencor y violencia o bien intentando hacer de nuestro alrededor un entorno mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario