lunes, 10 de febrero de 2020

PROPUESTA PARA LA CRISIS DE NUESTRO TIEMPO



El arzobispo de Los Ángeles, Monseñor José Gómez, ha hecho una propuesta desde la fe para la crisis de nuestro tiempo en una conferencia en la Universidad católica de América. Esta ponencia trató de la crisis de la persona humana de nuestro tiempo.
 
Monseñor hizo referencia a los misioneros españoles, que hicieron importantes contribuciones a la tradición humanista de Occidente, profundizaron nuestra comprensión de la Encarnación y sus implicaciones, ayudándonos a ver la santidad y el destino trascendente de toda vida humana hecha a la imagen de Dios y redimida en Jesucristo. Mencionó a los dominicanos Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas y al franciscano San Junípero Serra. Cada uno de ellos enfrentó un desafío histórico en cuanto a la definición y el significado de la persona humana.

El Arzobispo expuso que enfrentamos un desafío similar en nuestros días. Estamos perdiendo nuestra dimensión religiosa de la persona humana, del carácter sagrado de nuestra personalidad, es decir, de la verdad de que somos criaturas espirituales creadas a imagen de Dios, nacidas con un deseo interno de buscar la verdad y la trascendencia, un deseo que sólo Dios puede satisfacer. La crisis de la persona humana es una crisis referente a la Encarnación. Hemos olvidado la hermosa verdad de que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo unigénito para salvarnos y revelarnos sus propósitos.

La Encarnación nos revela a un Dios personal que por amor quiere compartir su vida con nosotros. A un Dios que nos ama tanto que se humilló a sí mismo para asumir la carne humana, naciendo del seno materno y criándose en una familia humana, trabajando con manos humanas y compartiendo todas las alegrías y tristezas de la vida humana, incluso los extremos de la vida humana: el sufrimiento físico y emocional y la muerte.

Para explicar la Encarnación, los primeros cristianos usaban frecuentemente lo que hoy llamaríamos eslóganes. Estos son tres de los más importantes que deben ser puntos clave para nuestra predicación y enseñanza:

“Dios se hizo hombre para que nosotros pudiéramos llegar a ser Dios”.

“A todos los que creyeron en su nombre, les dio el poder llegar a ser hijos de Dios”.

“La gloria de Dios es la persona humana plenamente viva en Jesucristo”.

Para los primeros cristianos, estos no eran simplemente refranes o argumentos teológicos. Expresaban más bien la experiencia real y viva de gente cuya vida fue cambiada al conocer a Jesucristo.

Mario Vittorino, un filósofo y converso del siglo IV, dijo: “Cuando me encontré con Cristo, descubrí mi verdadera humanidad”. Este es el poder del evangelio. En Jesucristo, descubrimos que la vida humana tiene una vocación divina, que nuestra humanidad fue hecha para ser “divinizada”, que fue creada para compartir la propia naturaleza de Dios. En Jesucristo descubrimos que nacemos para “renacer”, como hijos de Dios, como sus hijos e hijas amados.

Desde el principio, la imitación de Jesucristo ha sido la forma básica de la vida y espiritualidad cristianas. Jesús nos llamó a seguirlo, a pensar con su mente, a amar con su corazón, a vivir de acuerdo a sus palabras. San Pablo dijo sencillamente: “Yo imito a Cristo”. Imitar a Jesucristo es darse cuenta de la plenitud de nuestra humanidad, es conocer la perfección humana, es seguir sus pasos, vivir los misterios de su vida, tomarlo realmente como el camino y la verdad de nuestras vidas. El objetivo de imitar a Cristo es “volvernos como Jesús”, ser conscientes de su presencia dentro de nosotros. “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”, dijo San Pablo.

Este es el poder y la gracia que nos llega a través de la Encarnación. Gracias a que Cristo se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad, tenemos ahora esta asombrosa posibilidad de compartir su divinidad. Somos criaturas con cuerpo y alma, corazón y conciencia, mente y voluntad, creadas del polvo de la tierra y llenas del aliento de Dios, de su Espíritu. En su amor, Dios nos llama ahora a caminar con Jesús y a compartir su misión, es decir, nos llama a servir en el amor a nuestros hermanos y hermanas, a transformar la ciudad terrenal en el reino de Dios, a darle gloria a Dios con nuestra vida. Esta es la hermosa imagen de persona humana que estamos llamados a proclamar en nuestro tiempo.

Fuente: Aciprensa

jueves, 6 de febrero de 2020

¿PORQUÉ ES IMPORTANTE APRENDER AL MENOS UNA SEGUNDA LENGUA?


Siempre que hablamos de aprender idiomas nos referimos al gusto por viajar y comunicarse en una salida al extranjero o a la necesidad de disponer de una certificación para solicitar un trabajo o participar en una oposición. Sin embargo, la realidad es que aprender una segunda lengua no solo supone adquirir conocimientos nuevos, es decir, no solo implica a nuestro yo intelectual.

El aprendizaje de otra/s lengua/s nos ayuda a conformar nuestra personalidad, contribuye a nuestro crecimiento como personas y va a conformar quiénes somos. Aprender una lengua extranjera es un proceso transformador; con el paso del tiempo, el alumno no va a ser la misma persona, sino que podrá percibir el mundo a través de otra lengua. Este proceso es un instrumento de desarrollo y enriquecimiento interior; es otra forma de ver el mundo que enriquece. 

Paralelamente al aprendizaje formal de la lengua, la persona va creciendo en su identidad (emociones, sentimientos, valores,...); no es que tenga dos caras, sino que supone expandir nuestra persona, nuestra identidad, en otros ámbitos distintos a los que tendríamos si conociéramos solo una lengua. Este fenómeno se constata en los alumnos que dicen "yo soy mejor persona cuando hablo inglés". ¿Porqué? porque el alumno es capaz de mantener la distancia con la lengua extranjera y esto resulta muy valioso ya que nos da la oportunidad de hacer cosas que nos cuesta mucho hacer en nuestra lengua nativa, por ejemplo, pedir disculpas.

Aprender un idioma es un proceso de dentro a afuera; no es el profesor el que transmite sin más, sino que lo que los alumnos ya poseían les hace reposicionarse ante la realidad que los rodea. El crecimiento es constante a través de las tareas y actividades que se realizan en el idioma de estudio y la comunidad de aprendizaje juega igualmente un papel muy importante en este proceso ("la clase donde uno cae o le toca"). Pensemos en una comunidad motivada, participativa y generosa con sus compañeros frente a otra que sea individualista y pasiva.

Un valor importantísimo en el aprendizaje de lenguas extranjeras es la autoconfianza. Si el alumno la tiene, refuerza su identidad y aprende más rápido el idioma. Si no la tiene, se debilita y esto le genera ansiedad. Otro factor es el ego. Hay egos impermeables, sienten que tienen tal fuerza que evitan el cambio y egos permeables abiertos al cambio y a la evolución, que son capaces de adaptarse a distintos contextos. Un parámetro observable para saber si el ego de alguien es permeable es que ante una lengua desconocida es capaz de imitar sus sonidos perfectamente. Lo contrario ocurre cuando una persona solo entiende la lengua extranjera a través de los patrones de la lengua propia. Por ejemplo el alumno que insiste una y otra vez en porqué se dice I like si en español es "que a mí me gusta".

Por último, debemos desechar la idea de querer llegar a ser como un hablante nativo ya que es una idea "maligna" que lo único que hace es acarrearnos mucha frustración junto con pensar que hay gente buena y gente mala para aprender idiomas, lo que es una creencia tóxica.